PROPÓSITO DE ENMIENDA Y CONFESIÓN, compromiso y exposición confiada.
Catequesis (4 de 5) sobre el sacramento de la Reconciliación.
PROPÓSITO DE ENMIENDA
La conversión, es un camino que necesita de nuestra parte una voluntad decidida a ir avanzando, no es algo que se conquista de un día para otro, es todo un proceso interior que dura toda la vida. Este camino de conversión se compone de múltiples y firmes decisiones que a lo largo de nuestra vida debemos ir tomando.
En este aspecto el sacramento de la confesión nos ayuda de una manera especial ya que junto con la confesión de los pecados es necesario hacer un propósito de enmendarnos, es decir un compromiso de no volver a caer en el pecado y poner todos los medios para que esto no suceda. Antes de confesar los pecados al sacerdote es necesario que el dolor de los pecados -la contrición- encienda en nosotros un deseo vivo de corregir nuestros errores y mantenernos en un firme propósito de no volver a cometer pecado.
¿Suena demasiado difícil? Triunfar sobre las tentaciones, ciertamente no es fácil, pero para quien se esfuerza continuamente en poner todo lo que esta de su parte para no sucumbir ante ellas, se convierte en una constante labor, que a final de cuentas tiene como recompensa paz en la conciencia y alegría en el corazón. Es mejor esforzarse y sentir satisfacción de nuestras modestas conquistas sobre nosotros mismos, que paralizarnos por la idea cómoda de que somos humanos y que ningún esfuerzo de nuestra parte podrá evitar que volvamos a caer en la tentación. Más triste es llegar a afirmar que así somos y que ya no tenemos remedio, que sería tan absurdo como encerrarnos en una celda y teniendo la llave con nosotros, la tiráramos lejos quitándonos para siempre la posibilidad de abrir la celda.
El propósito de enmienda como parte de los cinco pasos para una buena confesión, tiene como objetivo comprometernos (ante Dios y ayudados de su gracia) a evitar las ocasiones próximas de pecado y seguir avanzando a pasos firmes en el camino de nuestra propia conversión. Este propósito debe ser un compromiso claro, concreto y realizable.
Si en un pecado recurrente, es decir un pecado que nos es difícil dejar por estar muy arraigado en nuestras costumbres, por ejemplo: los chismes, no hacemos un propósito de enmienda que incluya el alejarnos de las ocasiones de cometerlo otra vez, dejando de frecuentar los ambientes donde se da (ya sean amistades, reuniones, personas, etc.), no tiene realmente provecho el que lo confesemos sabiendo que nos daremos permiso más delante de volverlo a cometer.
Si una situación consentida personalmente , nos mantiene en constante tentación de cometer pecado y no existe voluntad de nuestra parte para renunciar a esa situación, es difícil que podamos superar tal pecado y se vacía de sentido y eficacia el que lo confesemos ya que de antemano sabemos que no moveremos un dedo para poder salir de él. Sería como tomarse ocasionalmente una aspirina para querernos curar de un cáncer cerebral.
CONFESIÓN
El San Juan Pablo II, en el no. 31 de la exhortación apostólica RECONCILIATIO ET PAENITANTIA, “Reconciliación y penitencia” afirma: “La acusación de los pecados, pues, no se puede reducir a cualquier intento de auto-liberación psicológica, aunque corresponde a la necesidad legítima y natural de abrirse a alguno, la cual es connatural al corazón humano; es un gesto litúrgico, solemne en su dramatismo, humilde y sobrio en la grandeza de su significado. Es el gesto del hijo pródigo que vuelve al padre y es acogido por él con el beso de la paz; gesto de lealtad y de valentía; gesto de entrega de sí mismo, por encima del pecado, a la misericordia que perdona.”
Este sacramento toma su nombre de este gesto del penitente. Es necesario recordar que los pecados no se confiesan al sacerdote para que él los perdone, sino que se confiesan al sacerdote para que Dios los perdone por medio de su ministro. La confesión es también llamada ‘acusación de los pecados’, porque en este tribunal de misericordia no es una persona ajena quien nos acusa, sino que cada uno se acusa de sus propios pecados. Esta acusación de los pecados debe ser:
1.- UNA CONFESIÓN SINCERA:
Es cuando se manifiestan los pecados como la conciencia los muestra sin omitirlos, disminuirlos, aumentarlos o variarlos. Es necesario recalcar que Dios escucha nuestra confesión y nos perdona por el ministerio del sacerdote confesor, por lo tanto ser sincero es esencial, porque al sacerdote lo podremos engañar, pero a Dios no.
La confesión no debe convertirse en una acción eventual o que se da porque se reunieron las circunstancias propicias para realizarla, debe ser ante todo un momento sagrado de encuentro con Cristo, para el cual nos debemos de preparar, o ¿acaso para una reunión familiar o con nuestros amigos no nos preparamos?
2.- UNA CONFESIÓN ÍNTEGRA:
En este sacramento estamos ante Jesús médico de las almas, presente en el ministro sagrado que atiende a nuestra necesidad de salud espiritual. Y para que el médico pueda diagnosticar el mal que nos aqueja y darnos el tratamiento adecuado y eficaz para curarnos, debe conocer a fondo los síntomas y circunstancias de nuestra enfermedad que en este caso es el pecado.
Una confesión para que tenga provecho debe abarcar todos los pecados mortales no confesados desde la última confesión bien hecha. No es necesario confesar nuevamente pecados graves que anteriormente ya se confesaron y que fueron absueltos. No debemos ocultar ningún pecado por más vergüenza que nos dé, es necesario confiar en que Dios nos conoce perfectamente y que nos ve con una mirada de amor, y así podamos poner en sus manos hasta el más oculto pecado que hayamos cometido. Los pecados no confesados por olvido o ignorancia invencible, han de ser acusados en la siguiente confesión si el penitente es consciente de ellos posteriormente.
Al respecto de los pecados “olvidados” no es válido decir: “Y pido perdón por los pecados que se me olviden…”, porque se supone que para eso se hizo un cuidadoso examen de conciencia que nos garantiza el no olvidarlos, si a pesar de eso se tiene una memoria poco privilegiada podemos ayudarnos de apuntes que sean destruidos después de la confesión.
Para que el sacerdote conozca íntegramente nuestros pecados es necesario ser claros en la exposición de los mismos no dejando lugar a ambigüedades o suposiciones, por ejemplo cuando decimos: “he tenido pensamientos malos”, sin especificar que tipo de pensamientos malos hemos tenido. Tampoco debemos suponer que el sacerdote recuerda los pecados que anteriormente ya le confesamos, para querer retomar la charla, cada confesión es única y no tiene segundas partes o continuación.
Nuestra confesión debe ser íntegra y nunca mencionando solamente los mandamientos contra los que pecamos. No debemos llegar al confesionario diciendo: “Pequé contra el primer mandamiento, contra el cuarto, el octavo y el noveno.” Si sabemos identificar contra que mandamientos hemos fallado, es bueno, sin embargo en la confesión debemos ser específicos en describir la manera en la que hemos faltado a dichos mandamientos.
En nuestra confesión es necesario conducirnos con prudencia, usando palabras adecuadas y correctas, y sin nombrar a otras personas ni descubrir pecados ajenos, debemos ser breves excluyendo de nuestra confesión toda explicación innecesaria y sin mezclar en la confesión de nuestros pecados asuntos ajenos e irrelevantes.