Domingo de Resurrección en Ce. Re. So. Topo Chico – 16 de abril de 2017
Estimadas hermanas y hermanos, ya saben que con mucho gusto vengo a visitarlos en la Semana Santa. Un año lo hago el domingo de ramos, otro el jueves santo, y otro el domingo de Resurrección. Mientras tenga salud y vida vendré a visitarlos. Ahora me ha tocado venir este domingo de Resurrección. Muy contento de verlos y saludarles, y también como es mi misión y mi tarea, anunciarles el Evangelio, el Evangelio que fue escrito para todos, no solo para los que están bien y cómodamente en su casa, sino para todos. Ese Evangelio lo han escuchado muchas personas en casi dos mil años, muchas de ellas con sufrimientos iguales a los de ustedes o quizá peor, porque los discípulos de Nuestro Señor Jesucristo siempre se la han tenido que ver con los problemas de la vida; nada menos que Nuestro Señor Jesucristo quien estuvo también preso y en un juicio sumario lo condenaron a muerte. Los apóstoles, todos sin excepción, fueron encarcelados y también ajusticiados, unos de un modo y otros de otro, unos colgados en cruz, otros asediados por las bestias.
Esa es la historia de la Iglesia, y si ellos escucharon este Evangelio y lo pudieron aceptar, creo que también ustedes tienen que sentirse confortados, animados al oír esta noticia de que Cristo ha resucitado, que la vida humana no sólo es grandiosa cuando todo sale bien, cuando uno tiene éxito, cuando se goza de salud y dinero, y todo le sonríe; el misterio de Cristo Resucitado es para todos, cualquiera que sea la condición en la que uno vive. Es cierto, cada quien tiene la dificultad propia de su vida para oír el Evangelio, porque esto no lo escribí yo, lo escribieron aquellos que fueron testigos de todo lo que pasó. Dirá san Juan “el que lo vio da testimonio, y sabe que dice la verdad, y lo dice para que ustedes crean en Él”. Esa es la razón de celebrar hoy con gusto la Resurrección. No entendemos cómo, ni podemos imaginar esa realidad, pero les creemos a los testigos que nos anuncian la Resurrección del Señor, y siempre que escuchamos la Palabra del Señor hay una enseñanza, hay una invitación. Hoy nos invitó el Señor a mirar el cielo, nos lo dijo en la carta de san Pedro: nos invita a “mirar a las cosas de arriba”; gracias a Dios ustedes, aunque estén circulados, pueden mirar al cielo, nadie impide mirar a las cosas de arriba, las cosas del cielo; para levantar la mirada a Dios sabemos que debemos saber dar su lugar que le corresponde a las cosas de ahí, a las cosas de aquí de la tierra, a las dificultades, a las cosas buenas y no tan buenas de las que vivimos cada día.
Todos podemos quedar cautivados por las cosas que no son más importantes, por todas aquellas cosas que pueden halagar nuestro oído y sentirlas bien, y siendo seducidos por esas cosas podemos perder la libertad divina. Decía un director espiritual: amárrense a la cruz de Cristo para que no queden seducidos por las cosas de aquí”, para que como dice hoy san Pedro “miremos las cosas del cielo”. Siempre alguien puede pensar, tal vez con cierta sospecha natural, que alguien como yo, un sacerdote que les habla del cielo, pudiera pensar así porque nos va muy bien acá, pero esas palabras no fueron dichas por alguien que la pasó bien, las dijo Jesús, las dijo Pedro que fue crucificado también; las dijeron todos los apóstoles, también Juan el que narra la Resurrección: ellos aman lo que dicen, saben que hay que mirar para arriba, que hay que mirar para el cielo, sólo así se pueden soportar las cosas no agradables de la vida, y no como una enajenación de la mente, no como un autoengaño, no, sino por una decisión que cada uno toma en la vida; saberle rezar a lo que se está viviendo y solamente mirando a Dios, pidiéndole a Él, es como se puede mirar al cielo. Es como uno puede levantar la mirada y decirle a Dios: échame la mano, te necesito, no puedo sólo; esto que estoy viviendo, necesito que Tú me des el apoyo necesario.
Siempre nuestras misas en nuestras Iglesias también tenemos la imagen de la Virgen María, ella tampoco la pasó muy bien, acabábamos de celebrar el sábado santo su camino de dolor. Las mamás que están aquí saben lo que se siente que su hijo, que su esposo este aquí, sólo ustedes conocen el profundo dolor de la vida, y María no escapó a esas preocupaciones. Por esa razón los creyentes siempre le pedimos a ella que nos apoye ante su hijo Jesucristo, que su amor de Madre, que su amor de hermana nuestra también nos fortalezca.
Hermanas y hermanos, los animo y pido mucho por ustedes para que miren el cielo, para que puedan vencer los problemas de aquí, de la tierra, problemas difíciles; no los simplifico, sé que son complicados, pero ustedes como muchos cristianos que han pasado por persecuciones, muchos que han estado en la cárcel o sufrido toda la vida, ellos se sintieron confortados al oír la Palabra del Señor, porque la Palabra de Dios tiene poder, si uno la escucha con obediencia, si uno le cree al que lo está diciendo. Les deseo muchos bienes, pido siempre a Dios para que pronto estén libres, hagan cada uno lo mejor de sí mismo, pórtense bien en la medida que ustedes pueden hacerlo, como dice el apóstol san Pablo “venzan el mal a fuerza de bien”, no es tan simple, no es tan cómodo, pero hay que tener esa buena intención, hay que tener esa decisión, a veces no se puede, pero hay que hacer todo lo posible. Que la intención de cada uno de ustedes sea agradable a Dios, cumplir su ley, pedirle en aquello que batallan, Dios les ayude para resolverlo porque sólo así salimos adelante; ayúdense entre ustedes, no se hagan la vida difícil, de por sí ya es complicada si nosotros también nos lastimamos, peor puede ser. No es fácil, entiendo, pero vamos a creer en Dios y en su poder, vamos a creerle en su Palabra. Cristo ha resucitado, con ese hecho todo ha cambiado, tenemos esperanza y ánimo, y sabemos que, aunque aquí nunca salgamos bien, Dios tiene el poder de darnos la vida eterna. Ustedes hermanos tienen derecho al cielo, ese derecho nadie se los quita, pero ustedes pídanle a Jesús: dame el gusto de mirar para arriba, dame la fuerza para que en lo que dependa de mí, haciéndole la lucha lo más que puedo, me porte bien.
Que Dios los bendiga, agradezco a las mamás, las esposas, a los niños que gustosos vienen a verlos, me da mucho gusto verlos con su familia, ese también es un fruto espiritual. Saboreen, gusten la visita que reciben, recíbanlos de buena gana; la vida es breve, muy cortita, el tiempo es tan breve que no hay que perderlo o desperdiciarlo. Gocen todas las cosas pequeñas que Dios les regala, el que sabe administrar lo poco podrá administrar lo grande. Que la Virgen María les acompañe.