LA PENITENCIA, medicina para el alma.
Catequesis (5 de 5) sobre el sacramento de la Reconciliación.
Después de la confesión de nuestros pecados, el sacerdote nos aconseja sobre algunos aspectos que el cree importantes para nuestra corrección y crecimiento espiritual, y antes de darnos la absolución es necesario que declaremos de palabra nuestro arrepentimiento, la manera más sencilla y precisa es recitando el acto de contrición en cualquiera de sus dos formas:
FORMA 1:
Pésame Dios mío y me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido.
Pésame por el infierno que merecí y por el cielo que perdí;
pero mucho mas me pesa porque pecando ofendí
un Dios tan bueno y tan grande como Tú;
antes querría haber muerto que haberle ofendido,
propongo firmemente ayudado por tu divina gracia,
no pecar mas y evitar las ocasiones próximas de pecado. Amén
FORMA 2:
Señor mío, Jesucristo, Dios y hombre verdadero,
Creador, Padre, Redentor mío,
por ser tu quien eres, bondad infinita
y por que te amo sobre todas las cosas,
me pesa de todo corazón haberte ofendido,
también me pesa porque podrías castigarme con
las penas del infierno.
Animado con tu divina gracia, propongo firmemente
nunca mas pecar, confesarme
y cumplir la penitencia que me fuera impuesta,
para el perdón de mis pecados. Amén
Al terminar nuestro acto de contrición como parte importante del sacramento de la confesión, el sacerdote nos impone una penitencia. Acerca de esto el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice, en los números 1459 y 1460 lo siguiente:
1459 Muchos pecados causan daño al prójimo. Es preciso hacer lo posible para repararlo (por ejemplo, restituir las cosas robadas, restablecer la reputación del que ha sido calumniado, compensar las heridas). La simple justicia exige esto.
Pero además el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. La absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó. Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe “satisfacer” de manera apropiada o “expiar” sus pecados. Esta satisfacción se llama también “penitencia”.
1460 La penitencia que el confesor impone debe tener en cuenta la situación personal del penitente y buscar su bien espiritual. Debe corresponder todo lo posible a la gravedad y a la naturaleza de los pecados cometidos. Puede consistir en la oración, en ofrendas, en obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios, y sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar. Tales penitencias ayudan a configurarnos con Cristo que, el Único que expió nuestros pecados (Rm 3,25; 1 Jn 2,1-2) una vez por todas. Nos permiten llegar a ser coherederos de Cristo resucitado, “ya que sufrimos con él” (Rm 8,17)
Pero nuestra satisfacción, la que realizamos por nuestros pecados, sólo es posible por medio de Jesucristo: nosotros que, por nosotros mismos, no podemos nada, con la ayuda “del que nos fortalece, lo podemos todo” (Flp 4,13). Así el hombre no tiene nada de que pueda gloriarse sino que toda “nuestra gloria” está en Cristo…en quien satisfacemos “dando frutos dignos de penitencia” (Lc 3,8) que reciben su fuerza de él, por él son ofrecidos al Padre y gracias a él son aceptados por el Padre.
La satisfacción o penitencia es uno de los actos del penitente que nunca debe faltar. Siempre que se nos imponga una penitencia en la confesión debemos de cumplirla de tal modo que el provecho que obtengamos del sacramento sea completo. Debemos cumplir la penitencia lo más pronto posible, cuando el sacerdote no determine con exactitud el tiempo del cumplimiento, de esta manera podremos evitar que se nos olvide.
Antiguamente las penitencias sacramentales eran muy severas, en la actualidad son muy benignas. Pueden ser proporcionales a la gravedad de los pecados, sin embargo el sacerdote lo acomoda según nuestra situación y lo que el considere más pertinente.
Es importante recalcar que la penitencia no es un “pago” por los pecados que hicimos, la misericordia que Dios nos tiene, ni con toda nuestra vida, ni con todos las acciones buenas que podríamos hacer la pagamos, es un don que necesitamos agradecer. Y hemos de considerar la penitencia más bien como una necesaria y modesta reparación por la maldad que cometimos, como un ungüento medicinal para la salud de nuestra alma herida por nuestro propio pecado.
Si no cumplimos la penitencia de nuestra confesión anterior, es necesario que lo digamos en la siguiente para que de esta manera quede de manifiesto nuestra disposición a ir avanzando en nuestro camino de conversión. La penitencia se debe aceptar humildemente, sin regateos, ni negociaciones, y si llegase a ser demasiado difícil de cumplir se debe manifestar antes de recibir la absolución, para que el sacerdote confesor, si lo juzga prudente, la cambie.
Con esta entrega concluimos ésta serie de 5 catequesis sobre el sacramento de la Reconciliación o confesión. Nuestra exposición ha abarcado los siguientes temas:
CINCO CATEQUESIS SOBRE EL SACRAMENTO DE LA CONFESIÓN
Cada uno de los temas expuestos corresponde a las cinco cosas que la Iglesia enseña se deben realizar para hacer una buena confesión: 1. Examen de conciencia, 2. Dolor de los pecados, 3. Propósito de enmienda, 4. Confesión de los pecados al sacerdote, 5. Cumplir la penitencia.
Esperamos que estos artículos te ayuden a comprender mejor la práctica, el sentido y el valor del sacramento de la Reconciliación con Dios. ¡Que tengas una provechosa Cuaresma 2018!