Peregrinación Mercado Estrella / Basílica de nuestra señora de Guadalupe / 06 de diciembre del 2017
Estimadas hermanas y hermanos, bienvenidos todos, de manera especial a quienes trabajan en el mercado Estrella. Fíjense qué providencial es la Palabra de Dios, son las lecturas que tocan en toda la Iglesia, no fueron elegidas. Se habla de comida. El profeta Isaías (25,6-10a) anuncia un banquete, y Jesús, en el Evangelio (Mt 15,29-37), hace un milagro: con siete panes y unos pescados le da de comer a una multitud. Ahí hay un signo importante para ustedes y para mí.
Dice el Evangelio que Jesús vio a la gente y sintió lástima, no quiso que se fueran porque podían desmayar por el camino. Les dice a los apóstoles, “denles de comer”. Atinadamente, dice uno de ellos, “no pudiéramos darle a tanta gente”. Jesús hace un milagro, multiplica el pan, solo les dice a los apóstoles que lo partan. Partieron el pan y sobraron siete canastos de pan.
Este milagro, como todos los que hace Jesús, son una señal, una enseñanza para nosotros. Primero Cristo nos enseña a compadecernos de los demás. Él sintió compasión, se pone en el papel de la otra persona. No piensa en Él, piensa en los demás. Es lo primero que nos enseña Jesús, ver los problemas, no primero en uno, sino ser capaz de mirar a la otra persona. Dice, “le dio lástima, podían desmayar por el camino”. Es lo primero que nos enseña Jesús.
Lo segundo, nos pide compartir. Él sabe que, ni ustedes ni yo, vamos a resolver el problema del hambre en el mundo. Hay tantas personas y familias que no tienen qué comer. Siempre será escandaloso que alguien muera de hambre porque no hay quien comparta con él el pan. Es más, no es necesario ser cristiano para sentir esa obligación moral, para saber compartir con quien tiene hambre.
Por eso, Jesús les pide a los apóstoles que compartan y le entregan algunos panes y pescados. “¿Qué son esos panes para tanta gente?”. Pudiéramos decir “no se puede”, pero Jesús hace el milagro de multiplicar el pan. Lo que nos pide es compartir el pan, y ahí cambia todo.
Por eso, les agradezco por estos alimentos que serán compartidos para tanta gente. ¿Qué es esto para tanta gente? Es poco, pero a la vez, es mucho, porque Jesús hará un milagro que ni veremos. Dios multiplica, pero nos pide compartir con él esta realidad. Así puede brotar de las personas una alabanza a Dios, nuestro Padre. Podrán bendecir al Señor por esta razón.
Jesucristo instituyó el sacramento de la Eucaristía. Todo ocurre en un altar, en una mesa. Cristo mismo se convierte en alimento. El pan y el vino son el Cuerpo y la Sangre de Cristo, alimento para todos nosotros. El Señor hizo la promesa de estar siempre con nosotros, y quiso estar en modo de un alimento, para que siempre tuviéramos presente que el Señor quiere compartir, con todos, el alimento y darnos vida.
Hermanas y hermanos agradezco el esfuerzo que implica traer esta comida a la Eucaristía y estoy de acuerdo que la pongan en el altar, porque tiene que ser una enseñanza para todos. Los alimentos se comparten. No son solo para uno, son también para muchas personas que lo necesitan.
El Señor prometió que, el que da uno, el Señor da cien, y esa palabra se cumplirá (cfr. Mt 19, 29). Hoy le queremos agradecer a la santísima Virgen María, nuestra señora de Guadalupe que les haya dado un corazón cariñoso y caritativo.
¿Dónde comemos? En nuestra casa. ¿Dónde compartimos? En nuestro hogar. ¿Con quién lo hacemos? Con nuestros papás, de modo muy especial, con nuestra mamá. La Virgen María siempre nos invita al banquete de su Hijo Jesucristo. Este banquete que va más allá de la comida material, y que, sobretodo, se convierte en un banquete de amor y de ternura. Que Dios los bendiga.