Misa Exequial Pbro. Juan Antonio Rivera Zamora
Hermanas y hermanos, estoy muy agradecido con ustedes los fieles de esta comunidad que manifiestan cariño y solidaridad participando en esta Eucaristía. También agradezco la presencia de los presbíteros que de modo fraterno comparten con nosotros esta despedida, y a mis hermanos obispos que estén con nosotros.
Quiero primero decir una palabra de agradecimiento a Dios por la vida del Padre Toño. Los fieles, sus amigos, son testigos de las cualidades que Dios le regaló como persona y como sacerdote, siempre disponible para servir, siempre poniendo en lo alto las cosas de Dios, como han sido testigos todos de que él invitaba a que después de la lectura del Evangelio se diera un aplauso y se cantara el gozo de oír la Palabra del Señor. El Señor le concedió estas virtudes y también gran obediencia pastoral y misionera, siempre disponible a servir a la Iglesia, a servir el Evangelio en cualquier lugar, siete años de su vida los pasó en Cuba y el resto de sus años entre nosotros en la Arquidiócesis de Monterrey. Esto habla muy bien de su respuesta a la vocación que Dios le regaló; cuando vine aquí a esta parroquia a acompañarlo en una celebración Eucarística me fui satisfecho de ver el eco espiritual que hay en esta comunidad. Primero agradecerle a Dios por el regalo de su vida, pero también una bendición, como lo decía hoy san Pablo, a partir de la resurrección de Cristo, todo es bendición, incluso nuestra muerte. Despedirse causa dolor, el mismo Jesús lloró cuando murió su amigo Lázaro, es un sentimiento inevitable, no somos de piedra sino tenemos corazón sensible. Pero al mismo tiempo que se conmueve el corazón, en la fe sabemos que el Padre Toño ahora goza de una felicidad mayor, que todo su ministerio fue una profecía del futuro, todo lo que decía y hacía él sabía que era construir para la eternidad.
El Evangelio nos invita a ver algo que caracteriza la vida de un sacerdote: la Eucaristía. El sacerdote es consagrado para la Eucaristía, si bien tenemos muchas tareas pastorales que desempeñamos, la Eucaristía es el punto central en nuestro ministerio, todo lo que hacemos, la catequesis, el acompañamiento, la preocupación por la superación de la pobreza, todo va encaminado a vivir el misterio central de la Eucaristía “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida entrena permanece en mí y yo permanezco en él”, todo nuestro ministerio está en torno al altar. Eucaristía y sacerdocio entrelazados de modo inseparable, por eso, donde hay un sacerdote está la Eucaristía, donde está la Eucaristía está el ministerio sacerdotal. Creo que el Padre Toño siempre le dio su lugar central a la Eucaristía, lo vi concelebrar y lo vi en ustedes, el pueblo de Dios. Y no son palabras nuestras, es la misma promesa de Jesucristo: “el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”, es un adelanto del futuro para cada uno, quien celebra la Eucaristía en la tierra celebra el banquete Pascual en el cielo.
No dejen de pedir por el Padre Toño, todos somos pecadores, él también compartió con nosotros la limitación, nosotros pedimos para que Dios perdone sus pecados y que lo reciba gozoso en el cielo. Conserven su espíritu, no dejen de ser una comunidad unida en torno a la Palabra al Evangelio, una comunidad que pone en el centro la Eucaristía, y pido a los sacerdotes y obispos para que mantengamos en nuestro corazón las mejores virtudes que brillaron en el Padre Toño: su amor a la Palabra de Dios, a la Eucaristía, su amor y respeto a los más pobres y sobretodo la disponibilidad misionera, ir a donde sea necesario, llevar el fuego del amor a Jesucristo a donde sea necesario; la Iglesia es misionera, el sacerdote es Misionero. Que Dios bendiga a todos y que hoy el Señor, por nuestras suplicas, le perdone al Padre Toño sus pecados; nosotros queremos mirar al cielo agradecidos con Dios, ver la muerte con fe, como una bendición de Dios. Y como enseñaba el Padre Ripalda en su catecismo “pensar en las postrimerías nos ha de santificar”. Vean que la vida pasa rápido, que está la sorpresa de la muerte, pero que al mismo tiempo esta historia que nos regala el Señor tiene que ser vivida en plenitud, no hay tiempo para odiar solo para amar, para agradecerle a Dios, para alabar a Dios. Que nada ni nadie nos quite el amor de Dios en nuestro corazón.