1ª Generación Escuela de predicadores / Catedral de Monterrey / 25 de noviembre del 2017
Estimados hermanas y hermanos: quiero unirme a ustedes en este agradecimiento a Dios por este regalo que ustedes han recibido de parte de su Iglesia: el compartir los secretos de la predicación. Agradezco al padre Francisco por haber captado el proyecto que le presenté hace unos años y que, gracias a Dios, vamos caminando.
Les decía que Dios les ha regalado la posibilidad de conocer los secretos de la predicación. Al final de la carta a los romanos, el apóstol San Pablo, hablando de la predicación, dice, “la predicación es la revelación de un misterio escondido por siglos y que ha sido revelado por las Escrituras” (cfr. Rm 16, 25-26).
Por lo tanto, la predicación es revelar un secreto, un misterio de Dios. Ese secreto y ese misterio que no es fácil de comprender y de creer. Escuchamos en el santo Evangelio (cfr. Lc 20,27-40) que Cristo habla de realidades que van más allá de nuestra capacidad de entender.
La predicación es hablar del Cielo y de las cosas de Dios. El ser humano sólo puede tener una mirada horizontal, pero se le pide mirar a lo alto, mirar al Cielo. Dice Jesús, “Dios es Dios de vivos, no de muertos” (20, 38), porque para Él todos están vivos.
Ese es el secreto de la predicación, anunciamos a Cristo muerto y resucitado. Es el secreto del misterio de Dios que no es proporcional a nuestros criterios. La predicación es la historia del amor desigual al ser humano.
No merecemos su Palabra, no merecemos que Él nos diga que nos quiere mucho, que nos ama. Pero Él nos quiere y no le podemos preguntar por qué, porque no hay una razón, simplemente nos ama, simplemente nos quiere.
Por eso, en el sermón de la montaña, Jesús sentado en el monte, predicó a sus discípulos y les habló de este amor desigual de Dios, este amor que va contracorriente del amor del mundo. Recuerdan que en el sermón de la montaña nos dijo que el sol sale para buenos y malos (cfr. Mt 5, 45). El amor es para todos, sin excepción.
En la predicación, ustedes y yo, sabemos que ese es el primer secreto de la predicación: Dios te quiere, aunque no lo merezcas; Dios te ama, aunque no le correspondas; Dios te ama y da la vida por ti.
El segundo secreto es que Dios tiene un proyecto de vida para ti y para mí. Ese proyecto de vida lo entendemos en la Cruz de Cristo. En la primera carta a los Corintios, el apóstol san Pablo dice, “nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles; mas, para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Cor 1, 23-24).
Ni ustedes ni yo podemos aceptar la cruz porque, ¿quién quiere padecer? ¿quién quiere morir? Nadie. Ha habido alguien, Jesús, que reivindicó el valor de la Cruz y lo transformó en un árbol frondoso. Por eso decimos que la Cruz no es un instrumento de muerte, sino es un instrumento de vida, porque Cristo le devolvió la vida a la Cruz.
El tercer secreto de la predicación es que Dios quiso que no estuviéramos solos, que fuéramos una comunidad, una familia. El Evangelio te hace hermano y te introduce a una comunidad, la Iglesia.
Porque ustedes y yo no predicamos sólo la relación personal con Dios, que es la mejor, sino que también la predicación te obliga a mirar alrededor, a reconocer que eres miembro de la Iglesia.
Te introduce a la comunidad y te hace valorar a los que, como tú, creen en Dios. Es el último secreto porque es el más difícil de entender. Descubro esta Iglesia, esposa de Cristo, embellecida por el Evangelio, como dice un canto: esta Iglesia bonita, Iglesia que es pueblo de Dios.
Hermanas y hermanos, les invito a tener en cuenta estos tres elementos: el amor desigual, la Cruz de Cristo como árbol que da frutos de vida eterna y que somos parte de una comunidad. Les agradezco que sigan practicando. Sigan muy cerca de Cristo, recen mucho porque la predicación va después de la oración, viene acompañada siempre por la gracia del Espíritu Santo.
Vamos a pedirle que este regalo de predicar nos santifique, porque además de ser un servicio para los demás, tiene que ser un servicio para nosotros. Tenemos que oírnos a nosotros mismos.
Hoy se celebra a Santa Catarina de Alejandría. Ella es la patrona de los que se dedican al estudio, porque ella fue filósofa. Pero también la declararon intercesora contra la herejía porque ella defendió la verdad del Evangelio.
Hay muchas realidades donde predicar. Existen públicos fáciles y otros difíciles. Santa Catarina predicó frente a los estudiosos del paganismo y les explico el misterio de Cristo. No sé si los que la oyeron se convirtieron, pero seguramente que sí.
Eso lo hace un predicador, no siempre tenemos un público amable. El que habla por la radio puede haber alguien que no esté de acuerdo. Por eso los secretos de la predicación hay que transmitirlos con fidelidad.
Muchas gracias por haber hecho caso a la invitación, hay mucho que hacer. Tenemos un público inmenso, pero la predicación más difícil es la del tú a tú, llevarle el Evangelio a una persona en un diálogo, pero con la exposición bellísima del Evangelio. Vamos a seguir trabajando intensamente. Que Dios los bendiga.