Fátima, Portugal (www.pastoralsiglo21.org) 13 de mayo del 2017.- Durante la misa de canonización de los pastorcitos Jacinta y Francisco Marto, el Papa Francisco enfatizó el auxilio que María quiso dar al mundo a través de sus apariciones hace 100 años.
La Virgen vino a recordarnos la Luz de Dios que mora en nosotros y nos cubre. “Y según las palabras de Lucía, los tres privilegiados se encontraban dentro de la Luz de Dios que la Virgen irradiaba. Ella los rodea con el manto de Luz que Dios le había dado”.
Y según el creer y el sentir de muchos peregrinos, por no decir que todos, agregó, Fátima es sobre todo este manto de Luz que nos cubre, tanto aquí como en cualquier otra parte de la tierra cuando nos refugiamos bajo la protección de la Virgen Madre para pedirle, como enseña la Salve Regina, ‘muéstranos a Jesús’”.
A todos les dijo: “tenemos una madre. Aferrándonos a ella como hijos, vivamos de la esperanza que se apoya en Jesús”.
Agradeció las innumerables bendiciones que el cielo ha derramado en estos 100 años, y que han transcurrido bajo el manto de Luz que la Virgen, “desde este Portugal rico en esperanza, ha extendido hasta los cuatro ángulos de la tierra”.
“Tenemos ante los ojos a san Francisco Marto y a santa Jacinta, a quienes la Virgen María introdujo en el mar inmenso de la Luz de Dios, para que lo adoraran. De ahí recibían ellos la fuerza para superar las contrariedades y los sufrimientos. La presencia divina se fue haciendo cada vez más constante en sus vidas, como se manifiesta claramente en la insistente oración por los pecadores y en el deseo permanente de estar junto a ‘Jesús oculto’ en el Sagrario”.
Habló sobre las memorias de Sor Lucía, quien da la palabra a Jacinta, que había recibido una visión: “¿no ves muchas carreteras, muchos caminos y campos llenos de gente que llora de hambre por no tener nada para comer? ¿Y el Santo Padre en una iglesia, rezando delante del Inmaculado Corazón de María? ¿Y tanta gente rezando con él?”
“Queridos hermanos: pidamos a Dios, con la esperanza de que nos escuchen los hombres, y dirijámonos a los hombres, con la certeza de que Dios nos ayuda”.
“En efecto, él nos ha creado como una esperanza para los demás, una esperanza real y realizable en el estado de vida de cada uno. Al ‘pedir’ y ‘exigir’ de cada uno de nosotros el cumplimiento de los compromisos del propio estado (Carta de sor Lucía, 28 de febrero de 1943), el cielo activa aquí una auténtica y precisa movilización general contra esa indiferencia que nos enfría el corazón y agrava nuestra miopía. No queremos ser una esperanza abortada. La vida sólo puede sobrevivir gracias a la generosidad de otra vida”, dijo.
Finalmente invitó a descubrir el nuevo el rostro joven y hermoso de la Iglesia, que resplandece cuando es misionera, acogedora, libre, fiel, pobre de medios y rica de amor.
Por Rocío Díaz