La liturgia del Jueves Santo es una invitación a profundizar concretamente en el misterio de la Pasión de Cristo, ya que quien desee seguirle tiene que sentarse a su mesa y, con máximo recogimiento, ser espectador de todo lo que aconteció ‘en la noche en que iban a entregarlo’. Y por otro lado, el mismo Señor Jesús nos da un testimonio idóneo de la vocación al servicio del mundo y de la Iglesia que tenemos todos los fieles cuando decide lavarle los pies a sus discípulos.
En este sentido, el Evangelio de San Juan presenta a Jesús ‘sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía’ pero que, ante cada hombre, siente tal amor que, igual que hizo con sus discípulos, se arrodilla y le lava los pies, como gesto inquietante de una acogida incansable.
Mediante el cual nos invita a que nosotros también seamos humildes con nuestro prójimo, porque Jesús siendo Maestro y Señor nos pone el ejemplo de cómo debemos tratar a los demás.
El gesto del lavatorio de pies nos deja estas enseñanzas.
El purificarnos, para ser partícipes en la Cena del Señor, cada vez que asistimos a la Santa Misa. Es decir, cuando nosotros comemos, nos servimos en un plato limpio. No utilizamos uno que se encuentra sucio, lleno de porquerías, debido que a nadie le gusta comer una rebanada de pastel en un plato que tiene suciedad.
San Pablo completa el retablo recordando a todas las comunidades cristianas lo que él mismo recibió: que aquella memorable noche la entrega de Cristo llegó a hacerse sacramento permanente en un pan y en un vino que convierten en alimento su Cuerpo y Sangre para todos los que quieran recordarle y esperar su venida al final de los tiempos, quedando instituida la Eucaristía.
El mandato del amor, es una enseñanza más en donde Jesús nos invita a hacer las cosas con amor y tratar a nuestro prójimo de la mejor manera.