Misa parroquia San Juan María Vianney / 20 de mayo del 2018
Estimadas hermanas y hermanos, me dan mucho gusto venir a celebrar con ustedes este domingo de Pentecostés, para que, junto con ustedes, podamos pedir al Señor su Espíritu, que nuestra Iglesia siga adelante con la misión encomendada por el Señor.
Nada menos, el domingo pasado celebramos la fiesta de la Ascensión. Oímos el llamado de Jesús a salir, “vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”.
Pero Cristo no nos mandó ni nos manda con las manos vacías, nos da dos regalos: primero, lo suyo, su Palabra, su Evangelio. Pero también nos regala el Espíritu Santo.
Porque, ¿qué haríamos nosotros con solo el mensaje de Jesús si no tuviéramos el amor del Espíritu Santo en el corazón? ¿cómo podemos hablar a cerca de Dios si no tenemos la gracia que Dios mismo concede a aquel que quiere hablar acerca de Él?
Qué importante es para la Iglesia recibir el don del Espíritu Santo. Es decir, el amor en el corazón. Porque, qué importante, así lo vemos todos los días, saber que las palabras necesitan ser acompañadas por el afecto y el amor. Si no, la palabra queda hueca y vacía. Si yo dijera, “te amo”, pero no lo siento, equivale a decir algo vacío.
Es importante lo que regala el Espíritu Santo a quienes hablan acerca de Dios. Hoy nos dice el santo Evangelio que el Espíritu Santo tomará todo lo que es de Jesús. Dice, “Él tomará lo que es mío y se lo dará a la comunidad”.
Porque el Espíritu Santo nos recuerda el Evangelio, nos explica el Evangelio. No va por un lado el sentimiento y, por otro lado, la Palabra del Señor. Sino que van perfectamente acoplados.
Nosotros no podemos hablar de Dios sino solo aquello que Cristo nos ha regalado en su Evangelio. El Espíritu Santo no inspira otra palabra que la Palabra de Cristo. Porque dice el Señor, “el Espíritu Santo tomará lo que es mío”, lo que es de Cristo, su Palabra, su Evangelio.
Es así como la Iglesia alcanza el orden en su predicación. No puede nadie inventar otra verdad, otra realidad, que la que Cristo ha revelado.
Por eso el Espíritu Santo viene a ayudarnos a conocer la Verdad, la Verdad del Evangelio, la Verdad de Cristo, la Verdad a cerca de Dios.
Él nos acompaña, Él nos da el amor, porque la Palabra, las palabras, se aceptan cuando hay corazón abierto, cuando hay cariño, cuando hay amor. Si no, es como si no se entendieran.
Ustedes, cuando mandan a uno de sus hijos a hacer algo y no les hacen caso, ustedes dicen, “¡¿no entendiste?! ¡¿no oíste lo que te estaba diciendo?!”
Porque para cumplir la Palabra del Señor se requiere buena voluntad, es decir, un buen corazón. El apóstol san Pablo nos dibujó la realidad humana, dice, “en el mundo hay desorden, falta armonía, no puedes hacer lo que tu quisieras hacer, porque hay un desorden, este desorden que no viene del Espíritu, que no viene de Dios”.
Y enumeró todos los desórdenes humanos que se refieren, sobre todo, a la falta de amor, a la falta de cercanía. Habló de la ira, de los insultos, de las divisiones. Todo eso no proviene de Dios.
Cuando nosotros entramos en un ambiente de violencia no nos podemos entender, no es posible que haya acuerdo, porque el corazón está en desorden, todo está confuso, nada queda claro.
Pero, gracias al Espíritu Santo, Él pone orden y hace que haya frutos de caridad. En el Catecismo aprendemos esto que dice san Pablo, los doce frutos del Espíritu Santo, que no los enumero, me basta referirme a los dos primeros: la caridad y el gozo espiritual.
El que tiene la gracia del Espíritu Santo tienen la caridad, ama, perdona, respeta. Pero también quien tiene el Espíritu Santo tiene el gozo espiritual, es decir, la alegría de estar con Dios. Este es el mensaje de Pentecostés, mensaje de amor, de armonía, de orden, de perdón y de alegría.
Vamos a pedir al Señor que ilumine a toda su Iglesia, a ustedes, los fieles laicos, a nosotros los pastores, para que la misión de Cristo siga adelante, que podamos anunciar, adecuadamente, el mensaje de Cristo, ya sea de palabra, ya sea, sobretodo, a través del buen afecto. Que Dios bendiga esta comunidad cristiana y les haga crecer en amor, en la concordia y en la unidad.