Fiesta patronal parroquia San Juan Diego, Escobedo / 10 de diciembre del 2017
Estimadas hermanas y hermanos: con mucho gusto vengo a celebrar con ustedes la fiesta de San Juan Diego, el mensajero de la Virgen María.
Al celebrar esta fiesta creo que todos los mexicanos nos sentimos muy honrados y representados por San Juan Diego. Él es el mexicano número uno. Y número uno, no por méritos humanos, sino porque la Virgen María lo escogió para darnos un mensaje lleno de amor y ternura.
Escuchamos hoy del profeta Isaías (40,1-5.9-11) unas palabras muy alentadoras, “no volverán a llorar”. Así lo promete el Señor, es una promesa suya. ¿Quién de nosotros no ha tenido que llorar? Es más, hay momentos en el que es inevitable hacerlo: el día que nacemos y, nuestros familiares, el día de nuestra muerte. No solo eso, sino que nuestra vida es, a veces, tan difícil que luego lloramos por alguna necesidad, por problemas afectivos en casa, por tantas cosas. ¿Quién no ha llorado? Todos hemos llorado alguna vez o muchas veces.
El Señor sabe que cuando estamos muy tristes, muy desalentados y, sobre todo, cuando nos sentimos menos, cuando tenemos baja la estima. Cómo nos hace bien el cariño de mamá, es el regalo más bonito que recibe Juan Diego ante un mundo que divide a la gente en muchas categorías: blancos y de piel oscuras, ricos y pobres, inteligentes y otros que no tuvieron la oportunidad de prepararse.
Cuando se divide así el mundo hay mucho llanto y dolor. San Juan Diego supo lo que es ser maltratado, humillado. Parte de un pueblo que no era visto en su categoría humana. San Juan Diego también lloró. A veces con lágrimas físicas, naturales. Muchas otras con ese llanto que es más doloroso, cuando no salen lágrimas, que se lleva el dolor muy profundo. San Juan Diego supo lo que es ese dolor y sufrimiento.
Por eso la Virgen María le dice, “¿no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No corres bajo mi cuenta?” Palabras que cambian la vida. Como cuando nuestra mamá está cerca de nosotros. Siempre, por eso, la orfandad es una experiencia muy dura, que ni siquiera puedo imaginarla. Porque, gracias a Dios, yo tuve mamá, hasta hace siete años. Pero también conozco historias de mucho dolor por no tener mamá. Por eso es muy importante esta relación Mamá e hijo, es lo único que puede consolar.
El Evangelio (cfr. Mc 1,1-8) lo dijo bellamente, “Cristo miró a la multitud que tenía dolencias y sufrimientos y se compadeció de ellas, porque los vio como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles”, les dirigió una palabra. Cuando uno está triste, cómo nos hace bien una palabra sincera, una palabra tierna, una palabra sencilla.
Como cuando la Virgen le dijo a San Juan Diego con palabras sencillas y cargadas de afecto, así también Jesús le enseñaba a la multitud, como un pastor que ama a sus ovejas. Jesús dice, “Yo soy el buen pastor, mis ovejas me escuchan y conocen mi voz” (Jn 10, 11). Conocen la voz de Jesús, una voz que es cierta, honesta y verdadera.
Cuánto bien nos hace una palabra cariñosa, una palabra sincera. Porque, a veces, andar en la calle es como andar en la selva, solo maltratos, solo palabras mal sonantes, poco afecto, poco respeto. Cuando hay alguien que nos habla bien, que nos dirige una palabra cariñosa, respetuosa, nos hace mucho bien, nos hace sentirnos bien.
Por eso, ustedes papás, sepan combinar la exigencia con el cariño. Exigir, pero también hablar con cariño y respeto a sus hijos. También ustedes muchachos, traten a los demás con respeto y cariño, que no sean solo palabras insolentes, agresivas, sino, honestas, sinceras. Yo les decía, hace tres años en la carta pastoral, que hay un ABC de la pastoral: un saludo y una sonrisa que tenemos que fomentar en nuestra familia, en nuestras calles y, desde luego, en nuestra parroquia.
Imitemos a la Virgen María que conquista el corazón de Juan Diego con palabras dulces, con palabras llenas de amor. Y por eso San Juan Diego, una vez que la conoció y la sintió cercana, jamás se separó del Tepeyac, porque entendía que la Virgen María es su Mamá.
Las palabras del profeta pueden ser una verdad, “no volverás a llorar”, pero si lloramos, el Señor nos conceda un cariño materno, un cariño de verdaderos amigos, para que podamos salir adelante, para que ese valle de lágrimas lo podamos caminar con la ayuda de la Virgen María.
Que Dios los bendiga y que, en esta comunidad, se sienta el afecto de la Virgen María, que cada uno se sienta como Juan Diego. Porque, ustedes y yo, somos Juan Diego, que nos quiere muchísimo y nos dice, “¿no estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿no corres por mi cuenta?” Son palabras para nosotros. Que Dios los bendiga y que siempre experimenten de la Virgen María el calor para que podamos sacar lo amargoso y podamos tratarnos bien.