Estamos muy contentos de celebrar el aniversario de esta comunidad parroquial y, adelantándonos un poco, la fiesta de Nuestra Señora de los Ángeles el próximo 2 de agosto. Vengo muy contento a honrar con ustedes a la Virgen María como ella merece, y para animarlos a seguir caminando como comunidad parroquial.
La Palabra de Dios que acabamos de escuchar tiene una enseñanza muy importante para nosotros. Nos habla de un tesoro. Cuando uno escucha de “tesoros” nos viene a la mente los cuentos de hadas, porque tesoros ya no hay. Antes. la gente escondía sus riquezas sepultándolas en el suelo o en las paredes. Después de muchos años se encontraban esos tesoros. Ya no hay tesoros de dinero, pero el Señor nos habla del tesoro. Él dijo: donde está tu tesoro ahí está tu corazón (Mt 6, 21). Donde tienes puesto tu corazón, tu mirada, lo que es más importante para ti, en eso te vas a concentrar.
Hoy Cristo nos dice cómo hacer un viraje, es decir, en lugar de voltear a un lado nos pide voltear a otro. Hay tesoros de dinero, hay cosas que valen monetariamente, que son importantes, pero nos pide hacer un viraje y descubrir que hay cosas más ricas, más importantes y más determinantes en la vida, porque el dinero no lo es todo, nos ayuda, lo necesitamos, pero no lo es todo.
El que tiene dinero y no tiene sabiduría ni respeto a la ley de Dios de nada le sirve, lo va a malgastar, lo va a perder y de nada le va a ayudar. Por eso Salomón, que era muy inteligente, le pide a Dios sabiduría para gobernar. Porque si una autoridad tiene dinero pero no tiene sabiduría, no sabe distinguir el bien del mal, de nada sirve. Por eso, lo primero es la sabiduría. Saber distinguir qué es bueno y qué es malo.
Ese tesoro que, simbólicamente, significa a Cristo, tiene que ser nuestra mayor preocupación. Dice San Pablo a los filipenses: cuando me encontré a Cristo todo lo demás fue basura en comparación de esta riqueza (cfr. Flp 3, 8). Por eso las parábolas que escuchamos repiten la misma frase: fueron, lo vendieron todo y compraron. Cuando encuentras algo que vale la pena lo arriesgas todo.
La fe es una aventura. Uno arriesga, pone todo para encontrarse a Cristo. Ese hombre que encontró el tesoro y lo volvió a tapar, vendió todo lo que tenía para comprarlo, se arriesgó. Lo mismo hizo el comerciante en perlas: vendió todo y lo compró. Es un acto de valentía de arriesgarle. Así nosotros, las personas de fe, le arriesgamos porque tenemos puesta nuestra confianza en el Señor. Dice el autor de la carta a los Hebreos: la fe es la prueba de las realidades que no se ven y la garantía de lo que no se tiene en la mano (cfr. Heb 11, 1). Así es la fe. Nosotros nos arriesgamos por algo que es más importante. Nos arriesgamos porque tomamos una decisión: hacerle caso a Dios, respetar su ley. Él te dice “no robes” y no robas; te dice “no mientas”, y no mientes. No cabe duda que es arriesgarlo todo por Cristo. Uno sabe que, después de esta vida, hay otra. Por eso lo vendemos todo para comprarlo, para alcanzar lo más importante en la vida.

El Evangelio de hoy termina diciendo: Todo escriba, experto en las cosas del Reino de los cielos, se parece a un papa que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas (cfr. Mt 13, 52). Un papá tiene sabiduría, sabe actualizarse, pero también sabe también transmitirle a sus hijos las cosas de antes, saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas.
Esa es la verdadera sabiduría, hermanas y hermanos. Es lo primero que se nos pide, querer a Cristo sobre todas las cosas, primera decisión. La segunda es pedirle a Dios la sabiduría, esa ciencia de la vida, saber qué hacer, porque la vida nos exige inteligencia. Antes de tomar una decisión piénselo bien. Todo trae consecuencias. Tarde o temprano si está mal, cobra; si está bien, nos hace crecer. Quiero animarlos a mirar siempre a Cristo y aceptar esta aventura de la fe.
En la segunda lectura, San Pablo a los romanos dice una cosa bellísima que se le aplica a la Virgen María: A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó (Rm 8, 30). Si a alguien se le aplica es a la Virgen. Ella fue predestinada, es decir, vino al mundo y cumplió una misión que Dios tenía pensado para ella. No son casualidades, la predestinó, le dió un destino, y al que predestina lo llama, le da una vocación. A los que llama, los justifica, es decir, los hace inocentes y les da su gracia; ella es la llena de gracia. A quien justifica, la glorifica, por eso le decimos “Reina”, Reina de los ángeles. Hoy celebramos su reinado.

En la carta a los Hebreos, el autor sagrado responde a una objeción: cómo es posible que, Jesús, siendo hombre, sea superior a los ángeles. Él es el Hijo de Dios. (cfr. Heb 1, 1-8). María, que goza de los méritos de Jesús, es superior a los ángeles, y es Reina de los ángeles. La Iglesia Católica no se cansa de elogiar a la Virgen. “Dichosa me llamarán todas las generaciones porque el Señor puso en mi su mirada (cfr. Lc 1, 46-48). Estamos muy contentos de celebrarla.
Vamos a pedirle su intercesión por ustedes, sus familias y por quienes conforman esta parroquia, para que busquemos el tesoro y lo encontremos, y una vez que lo encontremos estemos muy felices de haberlo encontrado. Con mucha esperanza nos acercamos a Cristo.
La parroquia tiene la obligación de ayudar a le gente de encontrar el tesoro, esa es la evangelizar. Para encontrar un tesoro hay que decir la pista. La pista es por dónde hay que buscarlo, y el Evangelio nos va diciendo por dónde, poco a poco. Vamos a pedir unos por otros para que no nos fastidiemos ni nos cansemos de buscar el tesoro escondido y poder así tener alegría.
Dios los bendiga
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