Misa exequial Rosaura Barahona / Catedral de Monterrey / 23 de octubre del 2017
Estimadas hermanas y hermanos, amigos y familiares de la señora Rosaura. Un saludo muy respetuoso a su esposo y a sus hijos. Junto con mis hermanos sacerdotes, venimos a esta Eucaristía a consolarnos mutuamente con las palabras de fe.
Hoy el Señor, a través de dos sencillas metáforas y comparaciones, nos ayuda a entender el misterio humano más grande, más difícil de comprender: el misterio de nuestra muerte. A eso vino Jesús, a explicarnos el sentido de la vida en la muerte. Todas las Iglesias por eso siempre tenemos al Crucificado, que nos habla del sentido de la vida muriendo. En esta Eucaristía queremos agradecerle al Señor el don de la vida y el regalo de la eternidad. Las dos imágenes que comparan esta situación son las del oro y del grano de trigo.
Ha dicho el Señor que la persona es probada como el oro en el crisol (cfr. 1 Pe 1, 7), que la historia humana de cada uno es algo así como el crisol. Que nos va purificando, que nos van quitando lo que no sirve para enriquecernos con lo que sí sirve, con la gracia de Dios. Hoy podemos entregarle a Cristo a nuestra hermana Rosaura y a purificar. Ya pasó este crisol de la vida. El Señor le permitió ir descubriendo, en la belleza de la fe, la gracia de Dios.
Pero, también, nuestro Señor Jesucristo nos habló del grano de trigo. Dice Él, “si el grano de trigo no muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto” (cfr. Jn 12, 24). La fecundidad de la vida queda con nuestra muerte. Gracias a la muerte de Cristo nosotros hemos nacido para la vida. La muerte es un paso necesario a la fecundidad de Dios.
Hoy queremos encomendar a nuestra hermana Rosaura a la gracia de Dios. Estamos seguros porque así lo ha dicho el Señor. Que a Él le caen muy bien todas las personas que buscan la verdad y practican la justicia (cfr. Sal 15, 1-2). El Señor recibe a Rosaura y la recibe muy bien. Porque su vida fue siempre una búsqueda sincera de la verdad y también un deseo siempre renovado de vivir la justicia. Por eso, en esta Catedral hoy la presentamos al Señor.
Quise personalmente venir a presidir esta Eucaristía. Yo no tuve la oportunidad de conocerla personalmente, pero los sacerdotes que concelebran conmigo son testigos de la calidad humana y espiritual de Rosaura. Ellos me hablaron siempre muy bien de la vida y pensamiento de la señora Rosaura. Yo le agradezco a ella el artículo que escribió sobre mi persona en el que dijo que era un Obispo que le caía bien. Es un honor para mí recibir una palabra de quien supo decir siempre la verdad y eso me deja satisfecho. Dijo que le caigo bien, ella también me caía bien.
Sobre todo, le caemos bien al Señor. Porque Él ha dicho que le caen bien todos los que buscan la verdad y practican la justicia, sea de cualquier nación. Así lo expresó el apóstol san Pedro cuando se encontró con aquel centurión, Cornelio. Le dice, a Dios le cae bien todo aquel que busca la verdad y practica la justicia sea de cualquier nación (cfr. Hch 10).
Gracias, hermanos, por manifestar este cariño, este consuelo en Dios, esta armonía de sentimientos. Y nuestra oración se eleva a Dios siempre muy agradecidos. Sabemos que su vida y sus palabras son y han sido de mucho beneficio para nuestra sociedad y también para nuestra Iglesia.
Que Dios bendiga a su familia, a su esposo y a sus hijos, que han recibido su cariño, su amor y su palabra como Dios manda. Sepan que esta Iglesia de Monterrey a quien indignamente represento, comparto sentimientos de admiración, de verdad hacia la señora Rosaura. No dejen de pedir por ella. No dejen de rezar también por su familia. Yo le caí bien, ella me cayó bien y todos le caemos bien al Señor. Que Dios los bendiga.