Misa Parroquia Santuario Purísima Concepción, Agualeguas, N.L. / 17 de diciembre del 2017
Estimadas hermanas y hermanos, fieles de esta comunidad, estimados jóvenes que han venido a compartir la fe en esta comunidad, estimando padre Ernesto:
He venido solo por el gusto de celebrar con ustedes. Es un domingo muy bonito, litúrgicamente con mucha enseñanza. Por eso he venido y a darles el saludo de la navidad, desearles muchas bendiciones y qué mejor hacerlo en este domingo que la liturgia lo llama “domingo de la alegría”.
Miren, la alegría es, ante todo, un regalo de Dios. Uno no está alegre porque le digan que debe de estar, sino, es un regalo que uno no puede explicar. La gente está alegre porque Dios se lo concede, pero, también, la alegría es una decisión que uno toma en la vida. Si uno no quiere estar contento, no va a estar contento.
Por eso, estar alegres nos lleva más allá de los motivos humanos a encontrar motivos divinos. Motivos que están en el Cielo. Por eso vemos la navidad como el regalo de la felicidad.
La Iglesia nos propone la figura de Juan el Bautista en relación a dos cosas: al desierto y al matrimonio. “Una voz clama en el desierto” (cfr. Jn 1, 6.-8. 19-28). Imaginen que están en el desierto. Qué motivador tiene que ser que alguien habla, una voz en el desierto, una voz en la soledad. Es motivo de alegría que alguien te hable en un desierto.
El pueblo de Israel sabía qué significaba esto porque ellos recorrieron el desierto por cuarenta años. Hubo alguien que les habló, Dios, por medio de Moisés y les dio, a través de él, diez Palabras. Eso cambió la vida de Israel. Recibieron el gozo de saber que alguien les hable. Es más, qué mayor alegría saber que Dios mismo es el que habló sin merecerlo.
Por eso, en la vida de todos los días que bueno es hablarnos unos a otros. No hay cosa más fea que negarle la palabra a una persona. Que agradable es cuando nos hablan, nos saludan, nos toman en cuenta.
En el pasaje en el que Isabel, la prima de la Virgen María, la visita, cuando ella la saludó, se llenó de gozo. Dice, “a penas tu saludo llegó a mis oídos, y el niño brincó de gozo en mi vientre” (Lc 1, 44). Cuánto bien nos hace una palabra en el desierto de la vida.
Por eso, en el apostolado es muy importante saludar a las personas. No todos tienen la dicha de que alguien les hable, de que alguien los tome en cuenta. Una voz en el desierto, qué regalo tan grande.
El segundo, el matrimonio, a propósito de las sandalias. Cuando le preguntan a Juan si él es el mesías, dice, “no soy el mesías, es alguien que viene detrás de mí a quien no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias” (Jn 1,27).
En el pueblo de Israel había una norma acerca del matrimonio. Si una mujer quedaba viuda, para que no quedara desamparada, el familiar más cercano debía recibirla como esposa. Pero, si no quería, públicamente decía, “renuncio a este derecho”. Y, como señal de ese pacto, se desamarraba la sandalia y lo entregaba a otro. Eso lo pueden leer en el libro de Rut (cfr. 4, 7-8ss).
No es un asunto de humildad que se está discutiendo. Está diciendo, “yo no tengo derecho a la esposa”. Dirá más adelante, “yo no soy el novio, soy amigo del novio” (cfr. Jn 3, 29 ss). Decía, “yo no soy el mesías y no tengo derecho de desatarle las sandalias, eso le pertenece al que viene detrás de mí, le pertenece a Jesús”. También decía, “yo no soy el novio, soy el amigo del novio y el amigo está alegre cuando oye hablar al amigo”.
Esta es la alegría, la alegría de ser quien eres. Juan el Bautista pone en claro quién es él. “Yo no soy ni Elías ni el mesías; no soy la luz, soy testigo de la luz”. Más adelante dirá “yo soy la lámpara, no soy la luz; no soy profeta, soy una voz que grita en el desierto”.
La figura de Juan el Bautista nos llena siempre de alegría, porque vemos a un hombre que no quiere suplantar el papel que le corresponde a otro. Solo Jesús es el Mesías, solo Jesús es el Hijo de Dios. Todos los demás somos humanos, pequeños, pero que Dios nos ama mucho. y Por eso nos alegramos, porque Dios nos ama y, como Juan el Bautista, no podemos pretender otra cosa más que ser amigos de Jesús.
Que el Señor los bendiga y disfruten esta navidad, porque cada una es distinta. No se dejen perder la alegría, aun en las dificultades, que las hay siempre. Tenemos que aspirar a estar contentos, porque la alegría es un regalo de Dios, pero también es una actitud que nosotros aceptamos. Estén siempre alegres, dice san Pablo, recen para tener la alegría de Dios (cfr. Tes 5, 16-24). Dos requisitos para estar alegres: rezar mucho y agradecer a Dios. Que el Señor los bendiga.