Ordenaciones Diaconales LC, parroquia Nuestra Señora Reina de los Ángeles, San Pedro – 1 de julio de 2017
Gracias hermanas y hermanos por celebrar con nosotros esta Eucaristía en la que compartiremos el ministerio de diáconos a estos dos hermanos nuestros. Gracias familiares y amigos que vienen con nosotros a la Eucaristía. Agradezco también a los hermanos sacerdotes y diáconos, al superior territorial, a Monseñor Hilario que también celebra con nosotros este momento de alegría.

Quiero centrar mi reflexión en las palabras del Evangelio: “ya no los llamo siervos sino los llamo amigos”. Ese es el pensamiento, la convicción, que deberá acompañarlos a ustedes, Manuel y Miguel, a lo largo de todo su ministerio. La Iglesia sabiamente ha querido que, para acceder al presbiterado y al episcopado, primero se reciba el orden de los diáconos, para que marque el servicio sacerdotal: no se puede servir a la comunidad si no se lleva en el corazón la actitud más importante de todo creyente que es el servicio. Me da alegría celebrar con ustedes, quiero alegrarme con la congregación de los Padres Legionarios, y con esta Iglesia de Monterrey, porque ambos son de estas tierras, son fruto de la vida cristiana de estas comunidades. Ayer, hablando con el Rector de nuestro Seminario de Monterrey sobre la crisis vocacional y la disminución de candidatos a ingresar a los seminarios, le dije que deberíamos de tener una mirada positiva en Dios, Él sabe hacer fructificar en cualquier terreno, así como en el desierto se hace fructífera la tierra con el riego de goteo, así también la Iglesia en esta pequeñez, aún en este número hará fértil a la Iglesia y el mundo. Por eso también le digo a las religiosas que no se angustien por la crisis vocacional en sus conventos, lo que hay que hacer es leer este hecho a la luz de Cristo, preguntarnos qué es lo que está pasando en el mundo y en la Iglesia, que el sentido vocacional de la vida parece desaparecer. También los fieles laicos andan en búsqueda del sentido de la vida y también ellos tendrán que descubrir su vocación, porque no hay vocaciones sacerdotales si el pueblo de Dios no vive su vocacion a la santidad. Nos da gusto que esta Iglesia de Monterrey siga siendo fértil, aunque sea poco a poco, gota a gota, pero siempre manteniendo la fertilidad evangélica.
Quiero animarlos, Manuel y Miguel, a vivir esta experiencia del diaconado, aunque sea un tiempo breve ustedes saben que el diaconado imprime carácter, queda en nuestro corazón y en nuestra vida, como una marca que no se borra. Los obispos y presbíteros somos diáconos, estamos llamados a servir al pueblo de Dios, puede ser que el ejercicio del diaconado dure mucho o poco tiempo, pero de cualquier manera siempre serán ustedes, a partir de hoy, diáconos y servidores de Cristo.

¿A qué los llama la Iglesia? A servir las mesas, para eso se instituyó el diaconado: la mesa de la Palabra de Dios, el banquete del Evangelio, la mesa de la Eucaristía y la mesa de los pobres. Tres mesas que formaron una sola: la del servicio de Cristo, darle al pueblo de Dios el alimento de la mesa del Evangelio, recordar siempre y vivir de acuerdo a la norma evangélica; pero también hay que servir a la mesa de la Eucaristía, no serán solo un adorno en el altar, no sólo ayudarles al presbítero y al obispo como si ellos no pudieran, ahí participan de la Eucaristía para que el pueblo vea el sacramento del servicio, ahí está el recordatorio del mandamiento de la caridad. Hay que servir a la mesa de los pobres y de los más necesitados, la pobreza que no se mira ni se cotiza por cantidades de dinero sino por situaciones de la vida, a su alrededor siempre habrá personas, hombres y mujeres, que necesitan de Jesús, necesitan de una palabra amable, abierta y misericordiosa; siempre habrá personas que requieren cercanía, ser tomadas en cuenta, ser visibles a sus ojos para que así, cualquier obra de caridad tenga sentido humano y sentido Divino.
El Señor los llama a servir esas tres mesas, por eso el diácono recibe en la ordenación los cuatro Evangelios, pero también cuando está en la Misa le toca proclamar el Evangelio, y él hace sentir al pueblo de Dios la caridad conforme al Evangelio. Ustedes sirven a la mesa eucarística viviendo ese misterio, hoy decía Jesús que “al amigo se le cuentan las cosas”, ustedes ahora les concede ser confidentes de sus misterios, son confidentes del amor de Dios, Él les habla al oído y a su corazón para que nunca olviden la cruz Cristo y su misterio de salvación.

Servirán a los pobres, no se hagan de la vista gorda, en cualquier lugar hay siempre alguien que necesita de nosotros. San Pedro y San Juan, cuando encontraron a aquel paralítico en la calle, le dijeron “no tenemos oro ni plata, pero en el nombre de Cristo te decimos levántate”, que quiere decir dignifícate; tal vez no repartimos dinero o comida, pero si dignificamos a las personas, que se de cuenta que es hermano, que es hijo de Dios, que comparte con nosotros la vida y este misterio de la vida humana.
Así será su vida de diáconos y presbíteros, y normarán toda su conducta y toda su vida religiosa. Tenemos esos tres códigos de conducta: el Evangelio, el altar del sacrificio y el código de servir a los más necesitados. Ahí se nota quién es cristiano, quien quiere caminar en santidad. El ministro del Evangelio tiene siempre que destacarse por su amor y cercanía a los más necesitados.
Que Dios te bendiga Manuel y Miguel, hoy comienza esta aventura del servicio. Si oyen a Cristo en el Evangelio y escuchan a la Iglesia tendrán siempre un rumbo seguro, el rumbo de la santidad y de su propio ministerio. Que Dios los bendiga a ustedes y agradezco a su familia que compartan con la congregación y con esta Iglesia de Monterrey a sus hijos. Hoy son entregados en ofrenda al Señor y todos queremos que lo que hoy inicia, tenga feliz término. Ánimo que el camino es largo y difícil, pero es un camino de mucha alegría.

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