El adviento es tiempo de preparación, tomado de la analogía del embarazo de una mujer que espera a su hijo. La Iglesia contempla a María, que espera a Jesús. Así esta época tiene la dinámica de la espera que mezcla dos sentimientos propios de una madre: la expectativa y, al mismo tiempo, el gozo que espera culmine en la contemplación del rostro de su hijo.
La Iglesia vive una espiritualidad especial en este tiempo de adviento, fundada especialmente en la esperanza.
- El Papa Emérito Benedicto XVI nos llamó a ser “servidores de la esperanza”; sin embargo, no es posible animar a otro si tú no lo experimentas, si tú no logras descubrir en un panorama desafiante, que muchas veces se visualiza negativo, que todo es una llamada a esperar, a vivir la esperanza en Dios.
- Tenemos que caminar por la vida llenos de esperanza para animar a otros a tener esperanza; este camino inicia en la humildad de ponerse en las manos de Dios, conscientes de que la historia es de Él; en la fortaleza, porque quien espera requiere la fuerza que proviene del Señor, y como nos recuerda el prólogo de San Juan “de su plenitud hemos recibido todos, gracia tras gracia” (Jn. 1, 16); y en la responsabilidad de decidir nuestras acciones, pues somos responsables de nuestra propia vida, pero también de la vida de los demás, de la comunidad que formamos como parte de la Iglesia.
- Estas tres virtudes de la esperanza: humildad, fortaleza y responsabilidad, deben ser nuestra guía para que esta época de adviento sea una auténtica preparación, desde nuestras familias, que nos permita recibir con fe el mensaje de amor que significa el nacimiento de Jesús.
Les invito a vivir el adviento con esperanza renovada y permanente.
Por: Mons. Rogelio Cabrera López
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