Solemnidad de nuestra señora de Guadalupe, Monterrey, N.L. / 12 de diciembre del 2017
Muy contento de celebrar con ustedes esta misa vespertina en honor de la santísima Virgen María de Guadalupe. Agradezco la presencia de todos ustedes. Nos acompañan los caballeros de Colón y los jóvenes que, junto con ellos, han querido venir a esta Eucaristía, los jóvenes escuderos de los caballeros de Colón, y son portadores de la Rosa de plata, que quiere significar al amor a la santísima virgen María.
Todos los años tenemos la oportunidad de escuchar estas mismas lecturas, siempre profundas, siempre nuevas. Me impresionan las palabras de Isabel, cuando ella dice, “¿quién soy yo para que la Madre de mi Señor venga a verme?” (Lc 1, 43).
Esa pregunta que se hizo Isabel también tenemos que hacérnosla tú y yo. ¿Quiénes somos nosotros para que la Madre de Cristo haya venido a visitar a nuestro pueblo? Ciertamente no éramos, ni somos, un pueblo protagónico en la historia mundial. Sin embargo, como en todas las cosas del amor, la virgen se ha fijado en nosotros. Y podemos decir, respondiendo a esa pregunta, que somos hijos amados de Dios y de la santísima virgen María. Como dice el apóstol san Pablo, “ya no eres siervo, sino hijo y heredero del Señor” (Gál 4, 7).
Fíjense qué cosa tan grandiosa, ya no somos siervos, somos hijos de Dios. Lo único que permanecemos ante Dios, por la humildad, es que debemos ser siempre servidores del Señor. Solamente de Dios somos esclavos. Porque la esclavitud de Dios es plena libertad. El que se somete a Dios vive libre porque vive en el amor y vive en la atmosfera de filiación divina.
Hemos venido esta tarde para celebrar el milagro de las rosas. Por eso han traído las rosas estos jóvenes, esas rosas que sirvieron como pinceles para dibujar la imagen bella de nuestra señora de Guadalupe. Si bien hermanos todas las flores son muy bonitas, siempre destaca entre las flores una de ellas: la rosa.
La rosa destaca por tres cosas: por su delicadeza, por su perfume y por su simbolismo. Primero, la rosa es delicada como es una mujer, como es todo ser humano, siempre delicado. Debe tratarse con mucho cuidado. Cada persona, cada ser humano y, de modo especial, las mujeres, tienen que ser tratadas con delicadeza. Por eso la rosa nos refiere siempre a la delicadeza de una mujer.
La rosa también tiene un perfume agradable que habla de vida, de resurrección. Recuerdan aquellos pasajes del Evangelio, cuando aquella mujer ungió con perfume los pies de Jesús, dice Jesús, “esta mujer se ha adelantado a la sepultura” (cfr. Mc 14, 8), porque la rosa habla de vida y resurrección.
El tercero es su simbolismo, significa amor. Cuando a una mujer se le da una rosa, se le dice con ese signo “te amo, te quiero”. Por eso, en esta tarde no podríamos tirar las rosas, no podemos olvidar su simbolismo, pues nos habla de amor.
Que Dios bendiga a cada uno de ustedes y, así como aquellas rosas fueron la ocasión que aparecieran en la tilma de Juan Diego, ahora nos toca, a ustedes y a mi, ser las rosas de la virgen María. Que ustedes y yo tengamos la delicadeza, el perfume de Cristo y sepamos amar a Dios y amar a nuestro prójimo.
¿Quién soy yo para que la Madre de Dios venga a verme? Soy hijo de Dios, amigo de Jesús hijo de la virgen María. Que el Señor los bendiga, y vamos a pedir, de modo especial, por los caballeros de Colón. Ellos tienen la tarea defender. Que Dios nos bendiga a todos y que todos seamos una rosa perfumada que nunca perece.