EXAMINAR LA CONCIENCIA
Reconocer, distinguir y poner nombre a nuestros pecados.
Cuando experimentamos en nuestra vida la providencia de Dios y nos damos cuenta de todas las bendiciones que recibimos de Él, no puede menos que dolernos el constatar que en ocasiones nuestras acciones y conductas no son conforme a lo que Él dispone en nuestras vidas, según su santa voluntad, y hemos llegamos incluso a ofenderlo de una manera deliberada, cuando pecamos.
Para poder vencer al pecado y librarnos de él, es necesario, ante todo, aceptarlo y reconocer que todos somos pecadores; esta es una realidad de la cual no debe cabernos la menor duda. En este contexto nadie puede decir que no tiene pecado, es por eso que no podemos llegar al confesionario y decirle al sacerdote que no tenemos pecado. Ya lo afirma el Apóstol San Juan en su primer carta: “Si decimos: ‘no tenemos pecado’, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: ‘No tenemos pecado’ hacemos de Él un mentiroso y su palabra no esta en nosotros.” 1 Jn 1,8-10
El primer paso para hacer una buena confesión es examinar con cuidado nuestra conciencia acerca de los pecados que hemos cometido desde la última confesión bien hecha. Sabemos que somos pecadores, pero en este primer paso es necesario distinguir en nuestra conciencia los pecados que hemos cometido, ponerles nombre y fijarlos en nuestra memoria para poderlos confesar. Si la memoria no ayuda mucho y somos olvidadizos es recomendable escribir en un papel palabras que nos recuerden los pecados que hemos cometido y utilizar estas notas en nuestra confesión para no llegar con el sacerdote diciendo que nos perdone los pecados olvidados. Después podemos tranquilamente romper esas notas. Sentir vergüenza por algunos pecados es natural, pero es necesario confesarlos precisamente para liberarnos de ellos.
Cómo un doctor que al conocer a detalle todos los síntomas del paciente, puede dar un diagnóstico más preciso para suministrar un tratamiento más efectivo, el sacerdote al conocer todos los pecados que hemos cometido, sobre todo los más graves, puede tener más elementos para en nombre de Dios, imponernos una penitencia que como medicina del alma nos ayude y fortalezca para liberarnos de la muerte espiritual que nos produce el pecado.
Para que el examen de conciencia este bien hecho, se ha de averiguar:
Sobre la distinción de los pecados, si son mortales o veniales, sobre el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios y de la Iglesia, sobre las obligaciones del propio estado de vida: de hijo, de padre, de madre, de esposo, de soltero, de estudiante, de profesionista, de patrón, de empleado, de jubilado, de ama de casa, etc., sobre si la ofensa a Dios ha sido de pensamiento, deseo, palabra, obra u omisión.
La prueba más evidente de que hemos hecho un buen examen de conciencia es que al momento de la confesión no divagaremos en detalles innecesarios, ni en contarle al sacerdote la historia y circunstancias del porqué cometimos tal o cual pecado. Si somos concisos en nuestra confesión, se notará nuestra buena disposición porque eso es resultado de un buen examen de conciencia. Cuando examinamos con cuidado nuestra conciencia en búsqueda del recuerdo de aquellos pecados graves que hemos cometido, para confesarlos en el sacramento, nos daremos cuenta que nos hemos quitado un gran peso de encima que nos impedía caminar libremente en nuestra vida cristiana. Experimentaremos alegría en el corazón y paz en el ánimo, seremos libres y nuestra conciencia estará satisfecha porque la hemos descargado en la misericordia de Dios. Además el examen de conciencia nos servirá para conocernos a nosotros mismos con mayor profundidad e identificaremos nuestras debilidades y fortalezas en nuestro camino de conversión.
En la confesión es necesario confesar sobre todo los pecados mortales y no tanto los veniales. Pero ¿cuál es diferencia entre pecado mortal y uno venial? San Juan Pablo II en la exhortación apostólica “RECONCILIATIO ET PAENITENCIA” (Reconciliación y Penitencia), de 1984, en el No. 17, nos dice: “Refiriéndose también a estos textos, la Iglesia, desde hace siglos, constantemente habla de pecado mortal y de pecado venial. Pero esta distinción y estos términos se esclarecen sobre todo en el Nuevo Testamento, donde se encuentran muchos textos que enumeran y reprueban con expresiones duras los pecados particularmente merecedores de condena, (Cf. Mt 5, 28; 6, 23; 12, 31 s.; 15, 19; Mc 3, 28-30; Rom 1, 29-31; 13, 13; Sant 4), además de la ratificación del Decálogo hecha por el mismo Jesús.( Cf. Mt 5, 17; 15, 1-10; Mc 10, 19; Lc 18, 20.)
San Juan, en un texto de su primera Carta, habla de un pecado que conduce a la muerte, en contraposición a un pecado que no conduce a la muerte (Cf. 1 Jn 5, 16 s.). Obviamente, aquí el concepto de muerte es espiritual: se trata de la pérdida de la verdadera vida o «vida eterna», que para Juan es el conocimiento del Padre y del Hijo,(Cf. Jn 17, 3) la comunión y la intimidad entre ellos.” Este pecado que conduce a la muerte es el llamado pecado mortal, que es definido como una transgresión deliberada y voluntaria de la ley moral en materia grave. Para que un pecado sea considerado mortal debe reunir tres características:
1.- Materia grave: Es decir que la acción vaya en contra de la santa voluntad de Dios expresada sobre todo en los 10 mandamientos.
2.- Pleno conocimiento: Es decir que sepamos que eso que hacemos es malo en sí mismo.
3.- Deliberado consentimiento: Es decir que, aún sabiendo que esa acción es mala, queramos y decidamos cometerla.
El pecado venial es aquel que “Se comete cuando no se observa en una materia leve la medida prescrita por la ley moral, o cuando se desobedece a la ley moral en materia grave, pero sin pleno conocimiento o sin entero consentimiento. El pecado venial debilita la caridad; entraña un afecto desordenado a bienes creados; impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y la práctica del bien moral; merece penas temporales. El pecado venial deliberado y que permanece sin arrepentimiento, nos dispone poco a poco a cometer el pecado mortal. No obstante, el pecado venial no nos hace contrarios a la voluntad y la amistad divinas; no rompe la Alianza con Dios. Es humanamente reparable con la gracia de Dios. ‘No priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni, por tanto, de la bienaventuranza eterna’ (Reconcilatio et Paenitencia, 17).”
No es necesario decir todos los pecados veniales en la confesión, sin embargo es provechoso, de cualquier manera los pecados veniales se pueden perdonar por otros medios. Según el catecismo del P. Jerónimo Ripalda, S. J., los pecados veniales se pueden perdonar por una de estas nueve cosas: 1. Por oír misa con devoción, 2. Por comulgar dignamente, 3. Por oír la palabra de Dios, 4. Por bendición episcopal, 5. Por decir el Padre Nuestro, 6. Por confesión general, 7. Por agua bendita, 8. Por pan bendito, 9. Por golpe de pecho.
Para iluminar y formar la conciencia, sobre todo cuando necesitamos distinguir en ella los pecados que hemos cometido, ponerles nombre y fijarlos en nuestra memoria, a veces es necesario utilizar ‘catálogos’ de preguntas que nos ayudan a esto.