Parroquia nuestra señora de los Ángeles, Guadalupe / 11 de marzo del 2018
Muy contento de estar con ustedes esta tarde dominical. Este domingo que la Iglesia le llama, domingo de la alegría. En cada domingo penitencial, la Iglesia nos propone siempre una verdad, que nuestra penitencia no es para causarnos desánimo, para darnos tristeza, sino para capacitarnos al encuentro el Señor.
Por eso el miércoles de ceniza leímos el pasaje del sermón de la montaña, en el que Cristo le pide a sus discípulos dejar a un lado las apariencias, “cuando ayunes no pongas cara triste como lo hacen los hipócritas, báñate, ponte perfume y ayuna”. Esa es la espiritualidad cristiana, el sacrificio alegre, siempre teniendo presente un motivo mayor.
Durante el Adviento hay un domingo que se llama del gozo. El día de hoy, este domingo es domingo de la alegría. Palabras muy parecidas, gozo y alegría. Inclusive el Papa, en sus exhortaciones ha utilizado estas palabras, la de la evangelización, “Evangelii Gaudium”, el gozo del Evangelio, y en la familia, “Amoris laetitia”, alegría del amor.
Son palabras muy parecidas. El gozo se refiere, sobre todo, al interior. Por eso es uno de los frutos del Espíritu Santo, el gozo espiritual. Esa alegría que está muy dentro de nosotros que nos da paz y tranquilidad.
Pero también la alegría que se expresa, que se comunica. Por eso el Papa, hablando de la familia, utiliza la palabra de la alegría, porque en la familia ese gozo se expresa abiertamente y se convierte en alegría.
¿Cuáles son los motivos de la alegría que nos presenta hoy en su Palabra? Primero oímos el relato del Antiguo Testamento, aquel gozo profético de Israel, cuando regresa de haber estado en el cautiverio en Babilonia, y que Ciro, rey de Persia, les da la libertad y les dice, “ya pueden regresar todos a su tierra”.
Esa alegría que experimentó el pueblo de Israel cuando retorna del cautiverio de Babilonia, era una señal profética de lo que ha ocurrido en el misterio de Cristo. Por eso en el Evangelio se nos señalan los tres motivos de la alegría.
Primero, Dios nos envió a su Hijo, “tanto amó Dios al mundo que nos mandó a su Hijo”. Primer motivo de alegría. Ahora Dios está con nosotros, en medio de nosotros. Ya no es aquel Dios lejano, rencoroso, que nada mas está viendo en qué te equivocas para castigarte. No. El Dios que revela Jesucristo es el Dios que ama, y por eso envió a su Hijo Jesucristo. Primer motivo de alegría.
Segundo motivo, Cristo fue enviado no para condenar sino para salvar. Ustedes y yo hemos sido perdonados. Dirá San Pablo, en la epístola a los colosenses, “Cristo, en la cruz, rompió la nota del cargo que nos acusaba”. Ya no hay factura que pagar, Cristo ha pagado nuestros pescados, no necesitas hacer nada, Él ya lo hizo todo.
Dice san Pablo, “por pura generosidad suya hemos sido salvados”. Ese es el segundo motivo de alegría de quienes creemos en Cristo. Ya no es el cristianismo la religión del miedo y del deber hacer. Es la religión del amor y la caridad.
El Papa Benedicto XVI, hablando acerca de la religión cristiana decía, es la religión en la que Cristo ha entrado al mundo y nos ha amado completamente. Ya no es motivo de tristeza ni de depresión, porque Dios nos amó primero y envío a su Hijo a perdonar.
Esto nos debe dar mucha tranquilidad, hermanas y hermanos. No hagan caso de voces contrarias. Este es el Evangelio, el Evangelio de la alegría y el gozo. “Aunque tus pecados, dice el salmo, sean tan rojos como una granada, yo los haré blancos como la nieve”.
Este es el segundo motivo de la alegría. Tiene que quitar en nosotros el temor. El cristianismo es la religión del hogar, de la familia, en la que Cristo aceptó ser nuestro hermano.
Dice el autor de la carta a los Hebreos, “a Él no le da vergüenza llamarnos hermanos”. Al contrario, nos mira con benevolencia. Jesús dirá, “el médico viene por los enfermos; yo he venido por los pecadores”
Decimos en el credo, “por nosotros y por nuestra salvación bajó del cielo”. Esa es la belleza de la fe cristiana. Ya no debemos tener miedo. El único miedo es a ofenderlo, a no corresponder a su amor.
Por eso ahora Jesús dijo qué puede provocar la condensación: que no quieras recibir ese amor, que no aceptes que Él te ama. Eso es lo único. Pero no es que te condene, es que tú no quieres y Él respeta tu libertad. “Yo te amo, yo te quiero, quiero estar contigo, pero si dices “no”, yo me alejo. Esa es tu decisión.
Es cierto, hermanas y hermanos, hoy dice el Señor aquel que no confía en Él no quiere estar cerca de la luz. Porque Cristo es luz. Por eso decimos en el credo, “luz de luz”.
Alguna vez han tenido la experiencia saliendo de casa, cuando están a oscuras y de repente salen a la calle y viene la luz potente del día, sienten cómo se les ciegan los ojos.
Porque, es cierto, la luz en su intensidad puede a veces parecer que nos ciega, nos deslumbra, pero termina siendo una bonita experiencia poder mirar, poder ver. Cristo quiere que te conozcas, que te veas, para que aceptando la luz puedas tener la salvación.
El tercer motivo de la alegría, el más bello y grande, es la vida eterna. Dios envío a su Hijo para que tuviéramos salvación eterna. Porque nosotros no buscamos solo pasarla bien. Dice San Pablo en la primera epístola a los corintios, “si nosotros sólo tenemos esperanza en Cristo para las cosas de este mundo somos los seres más dignos de compasión”.
Nuestros proyectos no pueden ser solo de retos humanos, estos pasan rápidamente. Son metas pequeñas e innecesarias, pero no las definitivas. Nosotros tenemos que dejar algún día este mundo. El Señor nos llamará a través de la muerte a estar con Él.
Él nos promete eternidad, nos promete el cielo. Los más jóvenes deben ser conscientes que la vida no es aquí para siempre. En un ratito perecemos. El reloj pareciera que corre más rápido cuando tenemos cuarenta años. ¿Cuánto dura un día? Un segundo. ¿Cuánto dura un año? Nada. La vida es siempre breve.
Por eso nuestros proyectos, aunque tenemos que responderle a Dios aquí, trabajando con ánimo, viviendo la caridad, tratando de hacer la vida feliz a los que están con nosotros, sabemos que el motivo mayor de la alegría es ir al cielo.
Tres motivos de la alegría. Primero, “Dios envió a su Hijo”, gran regalo. Cristo, nuestro Señor, no vino a condenar sino a salvar. Tercero, el regalo más grande por Cristo tenemos una meta superior, el cielo.
Ese es el motivo de nuestra alegría. Todos los días hay que pedir por la fe. Ustedes pidan por mí y yo por ustedes. Porque la fe no la tenemos como almacén. Cada día le decimos al Señor “yo creo, yo confío en ti”.
Su servidor, como obispo de esta Iglesia, y su párroco, necesitamos mucho de su oración, porque si la misión y la tarea de su obispo es fortalecerlos en la fe, también ustedes fortalezcan mi fe. Vengo a visitar a las parroquias, no solo como un tour religioso, no.
Vengo para pedirles que recen por mí y que crea siempre en el Señor, que tenga esperanza en la vida eterna. Y también la tarea de su servidor es fortalecerlos en la fe, la esperanza y caridad.
Tenemos una tarea muy bonita, un destino formidable, ir al cielo. Pero hay que pedirle al Señor creerle, confiar en él, que nos dé la paz. Todos tenemos miedo a morir, pero el Señor puede fortalecer nuestra fe.
Por eso cuando alguien muere no decimos, “pobrecito ya se murió”. No, ese es nuestro camino inevitable. Pero gracias a Jesucristo hay una respuesta, porque él mismo murió, fue sepultado, pero resucitó. Y gracias a que resucitó nosotros tenemos vida eterna.
Por eso esta preparación parte de la fiesta de la Pascua, la fiesta de la resurrección. Así que, hermanos, pidamos a Cristo el gozo interior pero también la alegría para poder comunicar a otros la alegría de creer en Jesús.