Asamblea Vida consagrada / 10 de marzo del 2018
Primero agradecerles que hayan acudido a este encuentro, a esta asamblea y que hayan aceptado abordar algo que es muy importante, el Plan Orgánico de nuestra Arquidiócesis, para descubrir cuál es la parte que a ustedes les toca.
Hoy por ser tiempo de Cuaresma, la Palabra de Dios nos habla de conversión, volvamos al Señor. Vimos en el Evangelio un ejemplo parabólico de cómo se vuelve al Señor.
El fariseísmo es un gran obstáculo para volverse a Dios, es decir, esa soberbia acumulada a lo largo de la vida que no te deja mirarte pequeño frente a Dios y que expresas esta soberbia en el trato despreciativo a los demás.
La clave de interpretación de nuestro Plan Diocesano de Pastoral está precisamente en el tema teológico de la conversión, conversión personal, conversión Pastoral. Ese llamado con el cual Cristo inicia su ministerio, “el tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca, conviértanse y crean en el Evangelio”.
Es la consigna de Jesús y es la llamada frecuente de Dios que ustedes y yo tenemos que escuchar siempre, porque cada día tenemos que volver al Señor. En nuestra oración matutina litúrgica normalmente escuchamos ese salmo que dice, “si hoy escuchas la voz del Señor no endurezcas el corazón”.
Esa llamada continua a obedecer. Porque eso es convertirse, obedecer, voltear la mirada, mirar a Jesús, mirar al hermano. El que no mira a Jesús como es Jesús no puede mirar bien a su prójimo.
El fariseo tiene una distorsión de la vista. Lo dice el Señor Jesús, “antes de criticar a tu hermano, antes de quererle quitar la paja que está en su ojo, quítate del tuyo la viga que no te permite ver”. Es una distorsión de la mirada, por eso para mirar bien hay que mirar a Jesús.
En el libro del Apocalipsis, en esa llamada que hace Dios a las comunidades cristianas, también hablando de la conversión, le dice a una comunidad, “ponte colirio en los ojos para que puedas ver”.
Convertirnos es mirar a Jesús, esto que tenemos que hacer todos los días. Porque el mundo tiene engaños, nuestra mente se dispersa y mirar a Jesús para poder ver bien al hermano.
¿Qué le pasó a aquél fariseo que fue a orar al templo? Su mirada estaba distorsionada, “yo no soy como aquél, yo si pago el diezmo, yo sí me porto bien”. En cambio, aquel publicano asume otra actitud frente a Dios. Agachada la mirada reconoce quién es, soy un pecador.
Cuando esto es de nuestro corazón, como dice nuestro Plan de Pastoral, nos permite tener una mirada compasiva. Si no es así, nos convertimos en jueces muy duros de la gente.
Estamos preparando el proyecto global de Pastoral de la CEM e insistí que apareciera este pensamiento, “nosotros no tenemos que ver los pecados de los demás sino su sufrimiento”.
Cuando uno ve las cosas de ese modo cambia totalmente. Todos los santos han amado a los pecadores. ¿Por qué razón? Porque han logrado mirar el sufrimiento de quien peca.
Como aquella historia del hijo prodigo. Recuerdan que el hermano mayor se molesta y le dice al papá, “viene este hijo tuyo que malgastó todos los bienes y la pasó muy bien con malas mujeres y ahora le haces una fiesta”.
Aquel hermano mayor tenía una distorsión de su mirada, pensó que su hermano la pasó muy bien, de fondo como si Él hubiera querido disfrutar la vida de esa manera. Por eso el papá le pide mirar las cosas de otro modo, “tú siempre has estado aquí en la casa, pudiste disfrutar, todo lo mío es tuyo, ¿por qué no disfrutaste?”
Miren, hermanos, detrás del fariseísmo, como lo escribo en la IV carta de Pastoral, aparte de que nos hace romper la comunión, nos hace sufrir. Miren, la soberbia, la ambición, lo hace sufrir a uno mucho.
Por eso decía Jesús al final, “el que se ensalza será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Ustedes y yo no queremos sufrir por cosas que no valen la pena.
Me encanta la definición de aquél pequeño catecismo, “la envidia es la tristeza del bien ajeno”, por lo tanto, es un sufrimiento. Ustedes saben cómo en nuestras comunidades cuando entran estos pecados capitales, nos hacen romper la fraternidad, nos hacen dividirnos.
Por eso, convertirnos es pedirle al Señor que nos dé la felicidad que viene de mirarlo a Él y de ser misericordiosos con los demás. Yo no quiero sufrir, ustedes tampoco. Yo no quiero estar triste, envidiando lo que son los demás, ustedes tampoco.
Queremos esta libertad de espíritu que nos da el amor misericordioso. Nuestro Plan de Pastoral ahí centra todo el pensamiento. Por eso comenzamos el año pasado mirando a la persona y a la familia. Vamos abriendo ese círculo de mirar a la persona y la familia.
Ver las cosas como Dios las quiere ver y como Él nos enseña a mirarlas. Conversión personal, conversión Pastoral, la clave de lectura de nuestro Plan Diocesano de Pastoral. Y cada uno de ustedes encuentra ahí la razón.
Porque, miren, el Plan de Pastoral no consiste en aumentar actividades, sino en fortalecer las actitudes eclesiales, sentirme parte de Jesús, sentirme parte de la Iglesia. Ya les decía que, aunque muchos de ustedes por razón de su carisma pueden vivir aquí o en otra ciudad, otra diócesis, eso no quiere decir que sean de todos y de nadie.
Es decir, la comunión, la vida comunitaria se vive aquí y ahora. Por eso cuando uno va a celebrar a otra diócesis pedimos por el obispo de esa diócesis, porque ahí estamos celebrando la Eucaristía.
Ustedes también pídanle a Dios la gracia de ubicarse siempre eclesiológicamente. Porque si no se van a sentir dispersas. Vivir siempre esta radicalidad de la misión. Sé que es difícil estar aquí y después estar allá. Pero esta disponibilidad Pastoral, les tiene que fortalecer y amar siempre a su Iglesia.
Porque la comunidad cristiana, la Iglesia diocesana no está hecha de islas como un archipiélago, sino como una sola comunidad, una sola realidad. Y la conversión consiste en eso, mirar al otro, a los demás, como parte mía, no dejarlos de ver como el fariseo que divide la comunidad: allá los malos y acá los buenos. Lo critica el Señor en el Evangelio.
Nuestra Iglesia católica, gracias a Dios, no es sectaria. A misa puede entrar el más santo, pero puede entrar el peor pecador. Y me gusta mucho este modo de ser de la Iglesia católica. A alguno quisiera revisar pasaportes de buena conducta en la puerta, pero no. No es así.
El Señor quiso que estuviéramos juntitos trigo y cizaña. Por eso nuestra mirada debe ser siempre compasiva, no se escandalicen de los pecados de los demás. El escandalo no hace nada bueno, no convierte a las personas. La bondad es lo que convierte. Jesús atrae el amor, nunca lo repulsa. Hacer atractivo el Evangelio.
Les agradezco todo el bien que hacen todo el bien que hacen a la Iglesia. Que mantengamos siempre la comunión con los hermanos consagrados y con ustedes las hermanas consagradas.
Sepan que de parte mía siempre tendrán admiración, cariño y respeto. Que Dios los bendiga.