Graduación Escuela Bíblica, Basílica de Guadalupe, Monterrey / 2 de junio del 2018
Estimados hermanas y hermanos, todos comprometidos en el estudio de las Sagradas Escrituras, estimados hermanos sacerdotes.
Quiero, primero, felicitarlos y exhortarlos a seguir adelante. Ustedes han experimentado, en los pocos o muchos años en que han estado en la escuela bíblica, que, gracias a Dios, las Escrituras son un inmenso océano lleno de sabiduría que jamás podremos agotar.
Leemos unas líneas de la Escritura y, cada vez que las volvemos a leer, se abren caudales de sabiduría. Por eso, ser alumno de la escuela bíblica nunca termina. Para que nadie piense en graduarse e irse.
Siempre hay que estarse formando continuamente. Ya sea, primero como alumno, y, después, como coordinador o maestro. Siempre enseñando con humildad a los hermanos y las hermanas.
Quiero hacer dos comentarios de la Palabra de Dios que acabamos de escuchar. Saben ustedes que la carta de san Judas es el libro más breve de la Sagrada Escritura, un solo capitulo.
Cuando la Iglesia reconoce, ayudada por el Espíritu Santo, cuándo un escrito es apostólico, lo primero que tiene que ver es si la enseñanza del libro coincide con la enseñanza de Jesús en el Evangelio. Que no haya ninguna contradicción.
Segundo, que el texto bíblico eleve el Espíritu a Dios. Es decir, que tenga un carácter místico que nos anima a amar a Dios y a amar a nuestro prójimo.
Quiero que nos fijemos en una de las exhortaciones del apóstol san Judas, “conserven en ustedes el amor de Dios”. ¿No es, acaso, esa exhortación de origen apostólico, es más, del mismo origen evangélico, del mismo Jesús? Claro que sí. Si algo nos enseñan las Sagradas Escrituras es amar a Dios y amar a nuestro prójimo.
Cuando a Cristo le preguntaron qué era lo más importante de toda la Biblia, él recordó ese mandamiento único que se desdobla en dos partes, amar a Dios y amar al prójimo.
Por eso, la belleza de esta pequeñísima carta nos anima, nos exhorta a seguir. Pero también ya nos puso en el ámbito que oímos en el Evangelio. No siempre la verdad es aceptada, no siempre las cosas buenas son aplaudidas. Siempre hay quien se opone, sin razones, pero que se opone.
Por eso dice el apóstol san Judas, “hay gente indecisa y muchos otros que hay que saber acercarnos a ellos, no sea que nos contaminemos”.
Porque, hermanos, el espíritu de adversidad, el espíritu de contrariedad, se pega. Si uno está en un ambiente en el que siempre se habla mal de todos y de todo, terminamos siendo iguales.
El mal tiene su contagio, el desaliento también, la adversidad lo mismo. Un creyente, un discípulo de Jesús, permanece incontaminado de este mundo.
Bellamente lo expresó el apóstol Santiago cuando dice cuál es la verdadera religión, “es mantenerse incontaminado de este mundo y ayudar al huérfano y a la viuda en sus necesidades”.
Qué importante, hermanas y hermanos, es mantenernos en un Espíritu de bondad. Como decimos en nuestro plan diocesano de pastoral, “tener siempre una mirada misericordiosa”. Mirar a los demás como nos mira Dios, con comprensión, con atención y cuidando, no vayamos también a caer en lo mismo.
Se fijaron en el Evangelio cómo Jesús enfrenta a sus enemigos, cómo, a veces, hay discusiones con trampas. Cuántas veces les han preguntado a ustedes cosas de la Biblia, cosas de la Iglesia. No con el deseo de saber la verdad, sino para entramparlos, para hacerles sentir que no lo saben, que no lo entienden. Siempre en este mundo tan discutido, tan complicado.
Jesús discute, pero lo hace con cuidado y con inteligencia. Cuando ellos le quieren poner una trampa Jesús les responde a su estilo, “¿el bautismo de Juan era de Dios o de los hombres?” No se arriesgaron a contestar porque sabían que era una cosa delicada.
Dice en el Evangelio, “si dicen que es de los hombres, los que lo siguen se enojarán; si dicen que es de Dios, ¿por qué, entonces, no creyeron?” Y Jesús no les quiso contestar, “no les digo con qué autoridad hago las cosas”.
Admiremos la inteligencia de Jesús. Él sabe cómo tratar a los enemigos. Él nos dice, “ámenlos”. Pero también nos dice, “no sean tontos, no se enfrasquen en discusiones que no llevan a nada”. ¿Para qué discutir cuando no se busca la verdad? ¿Para qué discutir cuando no se ama y se respeta?
Por eso, hermanas y hermanos, ustedes en la escuela bíblica van aprendiendo este estilo de Jesús, este modo de ser del Señor, su inteligencia, la penetración en los corazones, el gusto de la vida y también el sentirse amados de Dios.
Sigan adelante, hermanas y hermanos, como lo ha dicho hoy san Judas, “conserven en su corazón el amor de Dios”. Vivan con intensidad. El estudio no basta, pero es necesario. Jesús les decía a los fariseos, “escruten las Escrituras y ellas les hablarán de mi”.
Que así sea siempre la motivación que les acompañe en el acercamiento a la Palabra de Dios. Ustedes descubrirán que, aunque a veces se sientan poco capaces de conocerla, Dios les da la gracia del Espíritu Santo, que les permite entender los misterios de Dios. Así lo dijo el Señor, “Dios ha querido revelar a los sencillos los misterios del Reino”.
Que el Señor nos bendiga y vamos a conquistar a los indecisos, a conquistar a aquellos que también sabemos que necesitan, como nosotros, de la Palabra del Señor.